sábado, 10 de noviembre de 2012

Mis salvíficos canes

En un océano de plata surcado de caballitos de hojalata, estuve descansando ayer.
En la finísima arena de brillantes diamantes.
Me lamían canes con soberbias cornamentas de ciervo, espectaculares ramificaciones de color coral.
Me sanaban de las llagas que me habían causados mis traidores amigos, los que en treta injusta creyeron que podían hacer leña de mi árbol caído.
Y ya bajo la expectante mirada de los gatos alados de cabeza corazón me recuperaba confortado por los mil besos de mis perros oníricos, que eran como Tirma, Heliogábalo, Claris, Pepe, Dámaso, Liberto, Bernarda, Budy, Kuki, Saritísima, Ludivico, Alarico, Tadeo, Bruto, y mil, mil más.
Medusas como complejas arañas de cristal de trece luces surcaban las alturas, cabalgando olas con los bellos peces mariposa de tonos opales, verdes malaquita, azules turquesa, y brillos cegadores de berilo.
Bellísimo el Salón de la rocalla del palacio del rey pez espada, que nada belicoso, me recibió enfundado en su plateada armadura.
En los arrullos del oleaje, en el encopetado salón, en un trono de perlas barroquísimas, en la presencia del complaciente rey pez espada, y sanado ya por los besos de mis fieles ángeles que me acompañan donde quiera que voy. Me dormí, y volví a despertar en la vida real, donde estaban también para quererme y adorarme mis canes salvíficos, mis incondicionales canes, presentes, ausentes y venideros, corte de cálidos afectos que me envolverá por eternidad de eternidades.

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