domingo, 25 de junio de 2017

Las Parcas de Arrianápolis


Las Parcas no eran bien recibidas en casa del Gobernador, Piluca nunca las vio con buenos ojos, por eso las llamaba así. Las hermanas Pitipuri eran tres cuervos que sabían de velorios, de infidelidades, de desgracias, de apuros económicos, de empréstitos y deudas. A las tres arpías ningún drama se les escapaba y todos los aventaban, entre aspavientos y resoplidos de búfalas envidiosas, en las casas de postín que las consideraban el correo de las maledicencias de Arrianápolis. Ciudad que no estaba sobrada de bufones, pero si de bufonadas. El indigno oficio de criticar lo heredaron de su madre que tras caer en desgracia como partera de damas de alta cuna, buscó su hueco en ser alcahueta en las cocinas de los ricos, y así agenciarse el pan. Su morbosidad y su gracejo hicieron el resto. Y paso de pregonar en las cocinas al servicio de las casas bien o contar sabrosas calamidades en los salones a las desoficiadas y aburridas damas de las familias principales.
Ceferina la Pitipuri como la llamaban, dejó de ser partera o comadrona tras la muerte del hijo y la esposa del Regidor Perpetuo de Arrianápolis, el viudo Regidor le prohibió ejercer el oficio, culpandola de ambas muertes y a punto estuvo de terminal en la cárcel, si no llega a ser por la intercesión de la Madre Superiora del Convento de Pías.
Mariana Salcedo y el recién nacido Crispin murieron porque la madre era una niña de 16 años que no tuvo ni la fuerza, ni el cuerpo para poder soportar el parto del primogénito del regidor y murió desangrada entre sábanas bordadas y bajo el regio dosel del tálamo imperial del Palacio de Mediodía.
Así Ceferina hizo de la desgracia virtud y se comenzó a buscar el pan alcahueteando desmanes y aventuras al calor de los fogones donde se cocinaban los manjares de las casas principales.

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