sábado, 8 de julio de 2017

La Cala de los Canguejos


Otro nuevo sol brotaba del firmamento de mar. En la Cala de los Cangrejeros ya no se paseaban las Parcas, había sido otro aviso más, este más directo y helador que los anteriores, pero seguro que sería igual de desoído, Argimiro entumecido, tras tres días con sus noches bebiendo sólo un poco de agua y sorbiendo algunos bígaros para poder luchar contra la inanición de estar postrado, volvía del letargo. El sol se filtraba por las palmas de la caseta y calentaba la humedad de sudor y sal del cuerpo macilento del viejo pescador.
Otro día le regalaba la Virgen del Carmen, a ella se encomendaba en los malos tragos y a ella tenía que agradecer está nueva salvación.
No fue rápido incorporarse, salir del hoyo del camastro, ponerse en pie y salir a la rojiza luz del amanecer. Se acercó Argimiro a la orilla y se lavó la cara, las manos, las axilas con el agua que rompía espumosa en las porosas y negras lavas. Se lavó y despertó otra vez a la realidad de su vida de escaseces y soledad.

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