jueves, 31 de agosto de 2017

Diana de Gales


Los cuentos no existen.
Los príncipes roncan.
Los príncipes no son buenos amantes.
No es rentable amar al príncipe.
La felicidad no existe, solo es un instante que enseguida se corrompe.
La princesa se desconsuela porque la vida no es rosa.
Porque no es sencilla, porque sencillamente su candidez empalaga.
Es el vértigo de la fortuna, su cara oscura, su hiel.
Diana de perdigones, de dardos envenenados, de modales acartonados y de tríos que hielan.
Somos el coraje con el que nos vestimos, las palabras que embridamos y el corcel desbocada al que nos follamos.
Somos besos someros, somos vulgar necesidad, somos miasma y corona.
Sangre roja que la caricia sincera inflama.
Somos calentura y despiadada venganza.
Somos partida perdida, en la que buscando ganar, perdemos la vida.
Vértigo de placeres, vértigo de placebos, de gominolas, brillantes y golosinas.
Nadie nos querrá como queremos.
Y la altura confundirá los amores.
Y no será placentera la gélida peana, ni la pesada diadema, ni el acerado brillo del diamante o la seda salvaje que estrangula.
Nudo sin amantes, amantes sin nudos.
Oriente fatídico que todo lo vende y profana.
Príncipes que salen rana.
Ranas que nunca, tras los besos narcóticos, devendrán en nada.
El alma no tiene bordes.
Pero si tiene bordes la cama.

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