viernes, 27 de octubre de 2017

La maldad nunca se autoexcluye


Genera vértigo el discurso del baladrón.
Los ladridos de la trupe de las acémilas.
Las olfateadoras de carroña.
Las hienas risibles que corren las calles.
La furcias plañideras.
Las sarnosas meretrices a las que les hiede la entrepierna.
La maldad nunca se autoexcluye.
Tiene que ser retratada por el níveo, para generar en la turbamulta algún rechazo.
La vulgaridad se viste en los atroces mercadillos de la casquería.
Se nutre de la sangre de las ametralladas, blancas palomas.
Zaínidad de zaínidad, todo en el zafio es zaínidad.

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