martes, 3 de abril de 2018

Convento del Espíritu Santo, Villa de los Hoyos


Los contrafuertes le dan un aire de fortaleza a la iglesia del expoliado convento del Espíritu Santo.
Todo fue arrasado con celeridad para construir vulgares casas de aparceros, para dar postín a casas que sólo eran vulgares.
Las columnas del claustro pasaron a conformas logias traseras en las casas de los venidos a más. Los sillares pasaron a definir esquinazos en los muros de mampuesto. La altiva edificación se empleo como vulgar cantera, los soberbios cerramientos del cenobio se fueron desdibujando, para dar a luz casas sin ninguna gracia.
Parece una fortaleza la iglesia abierta al cielo, inundada de etéreo Espíritu Santo. Las destejadas bóvedas  góticas, hace ya mucho tiempo que vencidas por la desidia, se desplomaron, llenando la nave de nervados escombros, de dovelas del cielo pétreo que amparaba los altares donde regia brillaba, en el mayor y central retablo, la Gran Inmaculada que hoy preside la Iglesia Parroquial de la Villa de los Hoyos.
Todos tendemos en la medida de nuestras posibilidades a dejar testimonio de nuestro paso por este mundo, por este terreno y desagradecido infierno. Así hizo Pablo Pérez, soyano venido a más haciendo las Américas con Pizarro, quien por el siglo XVI, costeo obras en este convento y así lo narra su escudo, que campea en el muro del evangelio, el que parece una desmochada muralla, y en el que se abre una magnifica puerta de enorme dovelaje, que queda descolgada en el muro tras haber sido objeto de acarreo la escalinata que le daba acceso.
Este monasterio franciscano fue una de las tantas victimas de la desacertada desamortización de Mendizabal. Nunca un decreto hizo tanto daño al patrimonio español, como este de 1836.
Con  la venta de ese inmueble comienza su declive, comienza su ruina, comienza el proceso de desmantelarlo y convertirlo en el telúrico erial que es hoy.
Ruina romántica, cascarón vacío que nos invita a soñar con las riquezas desaparecidas para siempre y que un día encerró.

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