sábado, 8 de julio de 2017

Berenice


La ficción nunca supera a la realidad. La realidad y sus descarnados matices no son aptos para ser novelados.
Una nube de moscas oscurecía el pringoso velador de mármol de la terraza del Café Internacional, moscas que en aquel blanco ruedo de Macael libaban, los turbios néctares remostosos de los excesos de la noche anterior.
Berenice, las espantó y se sentó a la sombra raquítica de la palmera washintonia, café negro para aclarar la agotadora noche. El sol mordiente evidenciaba la decadencia, mostraba la sinceridad de unos labios rojos que querían descansar, delataba la somnolencia de unos ojos negros con demasiada sombra azul, sol que iluminaba la bizarra barba del querer y no poder ser. 
Sorbió el café frío y espanto con sus enormes manos de uñas rojas, la nube de moscas y se levantó y entró en el local.

Piluca de Utiel


Como todo, en esta vida todo es pura relatividad.
No pierde gloria quien nunca la ha tenido, fachada telón que oculta la gelidez de una cumbre borrascosa, tras los edificios están las vidas y no hay mejor forma de narrar que la autobiográfica. Sólo exprimiendose la dicha es jugosa. La sofisticación nos distancia del animal y no hay animal más sofisticado que el decadente. Así reflexionaba Piluca de Utiel en su última misiva.
Que tedioso estaba resultando aquel verano, se sentía como un terrón de azúcar que presiente que se diluirá en una repentina tormenta.
Gaspar y su vida disoluta la abochornaba, pero no podía hacer nada, era incluso mejor no hacer nada, cuanto más tiempo estuviera ausente, menos le incomodaría su presencia. Pero sola y sin iguales se desmoronaba en los días idénticos, solapables, predecibles, en las horas muertas, en las visitas crueles que le lanzaban indirectas.

Domingo sin misa


Cabaret de domingo sin misa.
De colores sin tono.
De mondonga de la jet set.
Dolidos sin herida.
Estigmas coloreados.

El olivo patrio


Sólo los perdedores buscan excusas.
Buscan paralelismos históricos.
Buscan excusas en un pasado que deberían tener aprendido y dominado.
Buscando dividir, han terminado divididos.
Amalgama de serpollos que se querían cargar el patrio olivo.

Estandaridad


Que elegante y magnànima la máxima, "aranquemos de raíz las malas hierbas", como si los humanos que discrepan, merecieran arder en las " Rozas por fuego" de la purga del Dios de la estandaridad. 
Equidad que no ramplona uniformidad.
Pares que no primos.
Primos que no pares.
Yoransel de Omatog

La calle de las favoritas


La Búfala, Eulogia la Repugnancia, vivía en un vulgar palacete en la calle de las Favoritas, La Repu era una verdulera de huesos anchos, había sido la friega pucheros del alcalde, todo el mundo en Arrianápolis sabía y murmuraba que seguro que no era a lo único que sacaba lustre la bodoquera baladrona de La Repugnancia.
La Búfala llegó de Los Pujos un caserío en la umbría de Montrraso. Era un ser rastrero y servicial, una fiel rottweiler, una perra de presa que defendía la casa en la que sirvió a pesar de que era rica por esos caprichos que nos depara la fortuna. Rica, envidiosa y mayúsculamente vulgar. 
Era un ser impresentable que vivía con el único objetivo de obrar maldades.

Macario Portiño


De nuestros enemigos líbranos Señor Dios mío.
De La Repu, la zorra rabiosa que vela por los intereses de Macario Portiño en la Casa Consistorial de la Noble Villa. 
Le llamaban el alcalde porque en tiempos lo había sido, ahora desde su casa postrado por las dolencias que le habían sobrevenido de tanto hacer maldades, gobernaba el Ayuntamiento a través de peleles, hombres de paja que con fe ciega obedecían sus órdenes, así era el gran urdidor, Macario Portiño.
El tarascón era teniente alcalde, un cargo para el que no estaba cualificada pero que permitía al Portiño controlar y fiscalizar el cumplimiento de sus órdenes.
Siempre todo está comprado, siempre todo se ata y desata desde el ángulo más oscuro, desde el más espurio de los intereses, y Arrianapolis en esto no era una excepción.
La casta de los Portiño, era una calaña de arribistas, que comenzó su posicionamiento en el poder por el matrimonio de Macario con María Teresita de Cominges, una pánfila que todos pensaban que se quedaría para vestir Santos, pero que contra todo pronóstico se casó, de forma descabalada pero se casó. Así llegaron o los hicieron llegar al poder que es tener la vara de mando de la casa y las finanzas de la ciudad. María Teresita era la última hija única de una sucesión de matrimonios de hijos únicos casados con hijos únicos, con el único fin de unir haciendas y llegar a un estatus que sin una planificación previa nos estaría negado.

Arrianápolis


No es fácil entender las tramas si no te sumergen en ellas. Arrianápolis era una ciudad que sólo se abarcaba por inmersión, buceando en las profundidades de su submundo.
Argimiro se dejaba morir en su barraca de la Cala de los Cangrejeros. Dolorosamente le bramaban las tripas y sentía como la muerte le arañaba el estómago. Las licencia de joven no las tolera la vejez, y él se había machacado mucho a lo largo de su vida. Sentía acurrucado en su catre que aquella no era como las anteriores, sentía el frío de las Parcas, aunque como en todo, sabía que quizás hubiera una rendija de esperanza.
La barraca era un cubil de maderas de naufragio y palmas, a través de su nula estanqueidad se filtraba la sal, el olor a mar, el sol.
Argimiro había dedicado su vida a atrapar cangrejos, a coger caracoles y lapas, a pescar cabozos en las aguas someras de los acantilados de lavas cordadas, en las playas negras de arena basáltica.
Vivía de vender este menudeo a los bares y tabernas de la calle Durán.

Argimiro


Argimiro era el progenitor de La Repu, nada más llegar de Los Pujos, su mujer La Nazaria Melo, lo abandonó, lo echó a la calle, lo sacó a empellones del cuchitril que habían alquilado encima del economato de pobres. La Nazaria se libró del infeliz marido, que uso para salir de Los Pujos y del infierno de la casa de su padre, Damián el Culebra. Se libró de él porque era un obstáculo para ejercer el oficio más antiguo y rentable, oficio en el que ella ya estaba bastante curtida, oficio con el que preveía en el Barrio Ruso medrar.
La Repu apenas tenía un año cuando Nazaria largo a su padre y lo abocó a la vida de tragos y vagabundeo que llevaría hasta el fin de sus días en la Caleta de los Cangrejeros.

Cesáreo Bellosol


Cesáreo Bellosol nació protegido, pero no mimado. La soledad es la madre del rendimiento intelectual, en los cuartos altos del almacén de sus padres solía jugar con sus amenazados juguetes, solía leer e imaginar, solía divagar sobre las lecciones de arte, literatura o filosofía de Don Porfirio. Rendían más las clases en el despacho de la casa del excéntrico profesor, cada alumno en su hora o hora y media de clase recibía toda la atención de aquel maestro de todo, empático y suspicaz, que sabía dar con la clave del interés hasta de los muchachos más díscolos y despistados.
Bellosol veía el mundo con las claves de Don Porfirio, veía los edificios con las claves de estilo y veía a través de las ménsulas, rocallas, dinteles, o jambas, el cifrado poder de quien habitaba aquella casa. Bellosol veía más allá de la carcasa y superficie de las cosas y se sumergía en la profundidad de las aguas de una sociedad aparentemente somera.

La Repugnancia


El sol estaba en su cenit y La Repugnancia se asolanaba en una de las terrazas de su palacete, en la calle donde vivían las mantenidas, aunque a ella no la mantenía nadie, se mantenía ella sola con las rentas del plazo dijo que tenía en el Banco Central, es la suerte la que la hizo rica después de una vida de calamidades. Era acaudalada, pero poco fina y elegante, era la vulgar Marquesa de Torrezno como la llamaban en los mentideros del abasto cuando con brisa y tufo verdulero iba a comprar.
Se torraba al sol como una venenosa lagarta, mientras alternaba sorbos de coñac con grageas de sales de litio, que se agenciaba en la botica de Los Dolientes. No estaba de moda broncearse pero en ella nada iba a la moda, a pesar de sus intentos de seguir las directrices de estilo de Bárbara Pimentel de Castelflorit.

La Repu


No hay nada más infecto que la dentellada de un varano, así era el juego sucio de intoxicar las calles con libelos. Para eso servía La Repu, para calumniar y difamar a quien se opusiera a los intereses mezquinos y particulares de la casta Portiño. Desoficiada y sin otro oficio que cacarear calle arriba y calle abajo, y cruzar los puentes y adentrarse donde ni siquiera era bien recibida, pero su nulo pudor y su nula conciencia de su estulticia hacían de ella el ariete perfecto pues nada la paraba en barras. La Repugnancia aquella mañana había acudido a un velorio principal donde no había sido convidada, pero allí de vulgar luto riguroso se presentó, con un ramito de gerberas y gladiolos con una cinta que rezaba " El Ayuntamiento de Arrianápolis se suma al dolor de esta irreparable pérdida." sin reparo se abrió paso taconeando metalicamente, sobre el enlosado en damero de negro basalto y blanco mármol, y a los pies del catafalco lo colocó de forma preeminente, desando tres pasos y se acomodo en uno de los sillones dispuestos para velar al finado.

Vivir prismatico


"Es tan bello vivir equivocado, buscar el ángulo más obtuso, caminar por el mundo con la pose más complicada. Para que hacer de la vida algo fácil con lo prismático que es lo enrevesado."
Irsia Carolain Sprimbol

Piluca


Sentada en la galería de emplomados y multicolores cristales hacía solitarios Piluca, la sombra de la araucaria iba avanzando como las horas en un reloj y en las mesas limones con clavo para ahuyentar las moscas.
La Gobernadora se desahogaba en las cábalas de las cartas, en un azar que favorecía o dificultaba el éxito.
Le martilleaban las sienes las palabras de Remedios, la premonición que brotaba de leer unas manchas de humedad que habían salido en el salón. Se encadenarán las desgracias, el cuerpo frágil colgará como un péndulo hasta que se separe la cabeza del tronco y deje de marcar los días, que serán años, los años que vivirá el Gobernador.

Remedios Tomé


Remedios Tomé, era una iluminada, era una sensitiva, era una joven que vivía en el más allá de Arrianápolis, era una disputada médium que lo mismo leía manchas, que los posos del café, o tiraba los cauris o te predecía el futuro con su manoseado tarot. Remedios, hablaba desde muy chinija con los muertos y a través de los trances que la poseían, comunicaba a las familias las últimas voluntades del finado, así como los asuntos que habían dejado pendientes y les impedían descansar en paz.
Remedios, vivía en el Barrio intramuros de San José. Era el barrio de los pobres de siempre, el barrio donde vivía el servicio de los palacios y casonas de la ciudadela, donde vivían los de los oficios antiguos, antes de que el crecimiento desbordada los barrancos y crecieran los nuevos asentamientos de los arenales y de los huertos del oeste, donde hoy están los palacetes de los nuevos ricos y sus amplios jardines. Vivía en una casa de tres plantas, de la familia Cambrelen, vivía a cambio de leerles las humedades y el caliche del patio de la casona que tenían en la plaza de San Fermín, a través de esas humedades hablaba Águeda de Cambrelen, madre de Aurorita y Peregrina Lemos que no tomaban ninguna decisión sin oír por boca de Remedios, las órdenes de su madre desde el más allá.