Zarpazos de próximo, de compañero de mesa y cama.
Por eso ahora el dolor reclama.
Sede vacante.
Largo luto.
Larga sequía.
Y un largo espigón por el que caminar sin compañía.
Y con la tranquilidad de que en mi soledad ya no hay ningún traidor.
Rateros de belleza.
Cuatreros de besos.
Os quise en el ideal.
En la proyección sin fisuras.
En el altar que mi mano elevo.
En la peana en la que yo os coloqué.
Yo os di el don.
Yo os adorne.
Y ahora me ahormo al daño.
Al delito.
Al robo.
Yo os abrí la puerta.
Yo os serví la mesa.
Yo lo deje todo a vuestro alcance.
Y sin coraza, armadura y yelmo.
Desnudo y vulnerable.
Rendido en vuestros tiznados brazos, que yo en mi loco devaneo vi netos, me perdí en la furia transmutadora de mi mente y me esclavice a la inherente bajeza de los vuestros, que por amor no vi.
Sin atisbo de cordura, como loco enamorado, os di la llave de mi torre de marfil.
Y tras la lanzada ya no os quiero y lento me recupero del envite, del daño que me infirió el enemigo que en la corta distancia de mi cama, confundí con fiel amigo que en el momento más apropiado, en el descuido, con el álgido galope, con mano siniestra me arranco de mi desnudo pecho el corazón, y con desdén soez y altanero lo arrojo al damero de mi alcoba y lo pisoteo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario