Cientos de hormigas recorrían mi cuerpo con sus minúsculas patas.
Con sus sones marciales desfilaban por por las avenidas de mis piernas, de mis brazos, desembarcando en los bosques de mi pubis y de mis axilas.
Y con afán de espeleólogas se adentraban en las grutas de mi boca y mi nariz.
Miles de hormigas rendían cuenta de mi cuerpo libando jugos a su antojo y ajando mi ya ajada piel.
Millones de hormigas construían su reino sobre mis despojos y la reina erigía su palacio entre las carceleras costillas de mi caja torácica.
Ya solo soy hormigas que reinan en mi mundo de ausencias con su ingente y millonaria presencia.
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