Se llega sin fuerzas la meta, después de haber intentado darlo todo, después de muchos días de balances y enmiendas. Cerramos años muy a la ligera como quien cierra una puerta y abre otra, nada se cierra y nada se abre, o al menos de forma tan literal, es un continuo, que dirigimos nosotros, pero que de nada sirve el punto de inflexión si nada se mueve o cambia.
Está ya agonizando este maldito año y llegará otro que podría ser igual de maldito o peor.
Son muchas las cosas que estan en nuestra mano o en nuestra cabeza para que todo evolucione, eso sí con un rutinario esfuerzos. Hay que madrugar todos los nuevos días, hay que ser diligente todas las nuevas horas, hay que construir todos los nuevos segundos.
Recibir el año es abrirse a recibir cambios, cambios que no son un abandono a la corriente de un río, si no más bien un remar contra la corriente de los elementos a los que somos permeables y no non vienen bien.
Abrimos un año nuevo con la esperanza, pero sin olvidar llevar en la mochila la diligencia.
El motor de los cambios en nuestras vidas somos nosotros, hay que desearlo y hay que ponerse manos a la obra a fabricar las mejorías y los cambios, no esperes a las doce y empieza ahora que los cambios son duros y lo normal es desfallecer.
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