Y el destino esa mañana se lo presento, se sentó a su lado
en el metro, a su izquierda y bastó mirarle al fondo de sus ojos para ver en
el interior su mismo estanque diabólico.
Sus manos eran bellísimas, de dedos largos diestros en goces,
era imposible no imaginarlas sobre su cuerpo propinándole caricias y entrelazándose
con sus manos que eran muy similares. Por esa razón el primer lance estuvo en
discretamente aproximar su mano para tocarlas. Así fue como sintió el chispazo
de electricidad que hizo que los dos dieran un cierto respingo, y tras el
respingo, la consiguiente disculpa y ya estaba iniciada la seductora
conversación.
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