Son un quemón los devanaros del queríndongo.
Sarpullido de desafección.
Triste postre de traqueteo.
Nos llenan la boca de sal para impedir que gritemos.
Corrientes de derrotas.
Frías, arrasadoras.
Como duele la traición del amante.
Como duele que cuente nuestra mediocre talla.
Y el teatro que el hacia para complacernos en la alcoba.
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