Hace romo el amor al canto silíceo más cortante.
Uno es culpable, no de abrir la puerta, si no de tolerar la estancia.
Lo que te hiere el corazón arrancalo y tíralo lejos.
Bañado en dulce entre en nuestras vidas el fraude.
Pero la matriz hiriente de plúmbeo veneno pronto aflora.
Hace romo el amor a la espada sanguinaria.
Porque no mata la espada, mata la mano, mata el corazón.
Es vil el corazón enfermo, el corazón que parásita la desdicha.
Ábrele los ojos al ciego para que vea que con la sangre que bombea su motor.
No crece su felicidad sino una repulsiva sanguijuela.
No todo está en nuestra mano, está en las manos que el hermano nos tiende.
Por eso fíjate en las manos, que en dar la mano está la salvación.
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