Voraces dentelladas de odioso resentido.
Hambrea el rastrero los logros sudados del blanco de iras.
Codicia la casa, la cama, la mesa.
Su suerte ni la trabaja, ni le complace.
Y el tormento le arrastra a la inclemencia de los celos.
Digno de pena y compasión, si no fuera por la cautela que impone su malignidad.
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