Abandonado el cuerpo se hace de escarcha.
En los brazos fríos del virtuoso pedernal.
Corazón silíceo que ya no late.
En el valle de caninas y dispersas falanges.
En el valle sin caricias y distanciadas visitas.
Pétreos sueños eternos, para impedir el olvido que triunfará.
Entre cipreses y broncíneas compañías, grazna el del luto perenne.
Y maúlla el gato que las zorras enlutadas envenenarán.
Aquí solo hay alas de piedra que no sirven para volar.
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