Epístolas de desbordamiento.
Conjuro la adversidad.
El plúmbeo dolor de cabeza.
El gris de calor.
En este día de vencejos que vuelan rasantes.
Ametrallando mi corazón con perdigones de nostalgia.
Me desato en las palabras.
En cristales rotos.
Esquirlas dañinas hacen jirones mi cama de pesares.
Piel sudada en la angustia, en el vértigo de mirar al vació.
A mi escueto equipaje.
A los renglones torcidos de un Dios que me mide y me prueba en los mil tropiezos de mi jornada.
Gris de plomo, de metralla, de granadas de mano, que desgrano mientras estalla mi corazón.
Más días febriles me esperan, tendré fuerzas.
Tendré días para domar tanta fuerza.
No puedo dejar de pensar, de bullir, en este día de estertores e ideas de tragedia.
Me pesa el mundo.
Me pesa la cabeza por querer abarcar el mundo.
Por querer entender la zainidad del zaino.
Todo gira gris y plúmbeo, como las nubes de bochorno que descargan ruidosas.
Como yo que sin ruido me ordeno y desordeno, al dictado de unas epístolas sin receptor.
Sin interlocutor me grito, en una música de letras tristes que no tapan el trueno del dolor.
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