No hay virginales placeres.
No hay disfrute sin vicio.
No hay cándidos corceles, que para acercarse no demanden azúcar.
Cristales eternos, cristales de eternidad.
Fulgor de corona para la vejez.
Para el invierno marchito.
Invierno en el que deberemos pagar.
Para saborear la tersura.
El cuerpo turgente.
La bravura de los ojos de berilo.
Laureles envidiados que solo se venden por los menguantes brillantes.
Nada es ya virginal en este caduco invierno.
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