Gime el tacto infalible, la palma que sabe de tropiezos.
Gimen las yemas que leen los pliegues.
Gime la crujiente hojarasca que se rompe bajo mis pies.
Otoño de caducos gemidos, de sol sin lagartos.
Desnudos los gigantes del atrio se embriagan de los nebulosos perfumes.
Se embriagan con las modas pasajeras que no nos mudan.
Teatro par la vista, pues no se miente al tacto.
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