Brotan salvajes las palabras de dolor.
Brotan cortantes los borbotones del desgarro.
Laberinto de cactáceas que laceran en la desorientación mi piel.
Sólo con orden se abandonan los destierros.
Los márgenes malditos de las condenas de los señaladores.
Furcias aficionadas al dedo índice, que olvidan que también hay un dedo llamado corazón.
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