Piluca
Sentada en la galería de emplomados y multicolores cristales hacía solitarios Piluca, la sombra de la araucaria iba avanzando como las horas en un reloj y en las mesas limones con clavo para ahuyentar las moscas.
La Gobernadora se desahogaba en las cábalas de las cartas, en un azar que favorecía o dificultaba el éxito.
Le martilleaban las sienes las palabras de Remedios, la premonición que brotaba de leer unas manchas de humedad que habían salido en el salón. Se encadenarán las desgracias, el cuerpo frágil colgará como un péndulo hasta que se separe la cabeza del tronco y deje de marcar los días, que serán años, los años que vivirá el Gobernador.
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