domingo, 24 de septiembre de 2017

Fiestas de pueblo


Uno, en las fiestas de pueblo, no puede ser equidistante, pero ve como se marcan todo tipo de distancias. Fiestas de estanqueidad, de estatus enquistados, de rancio inmovilismo, de anquilosada zonación.
No están las primeras filas, en la primera fila, Es una preeminencia difusa, de códigos internos.
Los gestos sutiles distinguen, los gestos interiorizados, claves a través de las que aflora el iceberg del clasismo de pueblo. Prestigios heredados, lacras legadas, altivez de apellidos, que fuera de este estanque de ensimismamiento a nada suenan, pero que en este microcosmos, truenan y retumban.
Nadie de clase alta gira la cabeza, cruza las piernas, se distrae en la coreografía del rito que es la Santa Misa.
Mangas largas, mangas francesas, medias mangas, con clase y sin desclasarse, con el decoro prescrito y distinguiéndose porque tienen decoro. Estatus de comedimiento y marcas.
Cuando entran nuevos personajes en las rancias elites, entran porque adquieren patrimonio y se rebozan de la harina del decoro, sólo se rebozan, porque el decoro, no es algo que de la noche a la mañana uno interioriza, Por eso su decoro, es un poco estridente, pues ir a la última trasluce cuando llegaste, y te colocas sin tú quererlo en las medias tintas, en el patíbulo de los recién llegados, presas fáciles para la crítica, por arriba y por abajo. Suelen ser estos, los recién llegados, los más despiadados críticos con sus antiguos compañeros de infortunio, con sus compañeros de origen, si se puede llamar infortunio nacer en una clase trabajadora, obrera o proletaria. Suelen ser estos, los nuevos, los más tildados, los más afectados, rubias de potasa que lucen vestidos de cretonas con grandes flores.
Imposible ser equidistante, porque tú, yo, como observador zonado, también eres observado y tienes tu preeminencia y tu  heredada clase.

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