Está mi palma abierta para la puñalada del doncel.
Para la puñalada del cándido, para la puñalada del próximo.
Mordiscos en la mano de la caricia, en la mano que reparte el pan.
Rencor de caudales añejos, asentados y aguardientosos.
No trasmuta mi mueca el dolor.
La sonrisa es mi alabarda.
Hiere la risa a la fiera corniveleta que se escapó de la corrala.
Armado de distancia amable, con la furia de la educación.
Leído muy señalado, leído e incomprendido, soy yo.
Fiestas sin ramos, recepción de alharacas de odiador.
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