martes, 26 de junio de 2018
Fotografías para frenar el olvido
La vida es efímera y no somos realmente conscientes de ello, hasta que nos atropella violentamente la pérdida.
Somos frágiles, contenedores muy frágiles de vida, bellos cuerpos que el tiempo va marchitando, va venciendo, va curvando y doblegando.
La vida nos doblega y en el último instante nos quiebra y ese mismo instante comenzamos a desvanecernos, a diluirnos. Claro que no es lo mismo diluirse por senectud, que quebrase con el estrépito que se quiebran las bellísimas porcelanas, generando un río de desolación que hay que paliar, con el arma que tenemos a nuestro alcance, con la instantánea, el fogonazo que congela el último instante, que hace más fácil el recuerdo, más llevadero el pesar, la pena negra de perder el futuro, la tersura del infante, nuestro abnegado legado, esos ojos de fuego que ya no volverán.
Fotografías que rompen el ciclo de la descomposición, fotografías que frotamos contra nuestro pecho, pecho en en el que aún nos late el corcel herido, el corcel que en el amado se paró. Fotografías melifluas o descarnadas que rozan hasta desgastarlas nuestros labios. Fotografías sobre las que galopan nuestros dedos, acariciando lo que ya la tierra engulle. Instantáneas de lo que ya es tierra húmeda, fértil y parda.
Fotografías de muertos, fotografías para frenar el olvido. Daguerrotipos que viven en los cajones, en los portarretratos de plata, en los misales, en los medallones de oro que cuelgan de los dolientes cuellos.
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