martes, 19 de junio de 2018
Tocado para acaudillar
El ritmo de nuestros pasos nos distancia.
La compañía que marca el ritmo nos hace distintos.
Nos creemos distantes en las escalas.
Talentos que no sólo nos marcan y señalan, si no que posibilitan la escalada.
Acumulamos para ser, nacemos casi siendo, herederos de peanas y estatus paternos.
No podemos ser iguales aunque nos igualemos.
Vimos acotados, en las cotas, en las zonas, altitudes y latitudes de miseria o bonanza.
Es la zonación del mundo tan intrínseca a él, que todo tiene su nicho, que cada cual es un eslabón en su cadena.
Libres para seguir los pasos del líder, para caminar junto a poderoso, o para empoderarnos en el llano y liderar las revueltas del futuro.
Todo está trazado y a la vez está por trazar.
Esa es la libertad ser cabeza de ratón, cola de león, o embrión de la bestia que todo lo desajustará, para crear un nuevo orden, muy similar en apariencia y en esencia al orden de diferencias y distancias que hay en el actual.
Somos el estética, ética y tesón.
Somos difusores de promesas o los que se dejan seducir por los que prometen.
Flautistas que llenan plazas, que nos conducen a precipicios, o que nos seducen cuando estamos abocados a precipitarnos, siendo nuestra tabla de salvación.
Divina y maldita humanidad, que eres capaz de la mayores proezas y de las más abominables bajezas.
El grueso es vulgar, maleable, acomodaticio, pero ay, del que nace tildado y no genera bonanza, del que nace tocado para acaudillar y no mueve un dedo para generar divina humanidad.
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