martes, 17 de julio de 2018
El Fuerte de la Peste
El futuro es nuestro, fueron sus últimas palabras en el Fuerte de la Peste. Nunca creyó que moriría, y menos aún en aquel sanatorio roqueño y rodeado de mar, en el que en contra de su voluntad, le obligaron a ingresar para curarse. Fausto ni por atisbo imagino que era grave su dolencia, tenía sólo 30 años, se había casado hacía unos meses, ni por asomo imaginaba que pudiera enfermar.
Todo fue muy rápido y esa inconsciencia era la que le daba fuerza para seguir hasta en el lecho de muerte construyendo futuro.
Fausto y La Chalota se casaron en primavera, en la Iglesia del Carmen, en un domingo luminoso, la acompañó al altar su hermano Venancio, que era quien había pactado el matrimonio de Benita con Fausto de Azaba. Nadie ese día podia presagiar lo efimera que seria esa unión, el desenlace de ese amor forzado, de esa unión de capitales. Benita nunca imaginó ser amada de un modo tan breve.
En el Fuerte de Dolientes o el fuerte de la Peste, los que entraban, raras veces salían, allí trataban las dolencias raras, las enfermedades que presuponían aislamiento, todas las dolencias virulentas y que entrañaban riesgo de contagio. Por eso Fausto fue recluido allí, en la tercera planta del navío de ladrillo rojo, de aquel hospital inhóspito construido en un pequeño islote de la bahía.
El edificio se construyo en el siglo pasado, para ilusamente creer que se podía aislar en aquel roqueño islote el mal e impedir que se propagara, con demasiada frecuencia los primeros infectados eran los médicos y enfermeras, ellos eran los morían, incluso antes que algunos enfermos. Todo esto magnífico su leyenda maldita, la leyenda de que quien entraba allí ya no salia. Era una mole rodeada de mar y con la única forma de acceder a ella que a través del mar y por la única puerta que se abría en sus altísimos muros. Sólo se podía entrar por aquella puerta a aquel fortificado sanatorio, del que pocos salían y del que muchos solo salían despues de ser incinerados en el propio recinto hospitalario. Ese no fue el caso de Don Fausto de Azaba y Velmar, sería por las influencias de Venancio o por la raigambre y fortuna de las dos familias, Fausto salió de allí, con los pies por delante pero salió sin incinerar. Cinco días estuvo con vida en el Sanatorio maldito, y al sexto salió después de que lo fregaron bien fregado con formol, después de que lo lavaran por dentro con lavativas. Salió por la única puerta que podía salir, salió dentro de un cajón de zinc, y en la barcaza donde lo cargaron lo esperaba Venancio. Él acompaño hasta La Casa Colorá, y allí lo sacaron del aséptico cajón y lo depositaron en una cama, desnudo como vino al mundo, indefenso, inerme, pálido y Fermina con amor de madre, lo aseo y lo vistió, para poderlo velar en la intimidad de la finca, lejos del ruido y a salvo de los que en el Sanatorio de la Peste habían ultrajado su cuerpo y precipitado su muerte.
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