sábado, 7 de julio de 2018
Los cálculos y las cuentas del amor
De las catástrofes surge la vida, la nueva vida. Y eso era, a pesar de las adversidades vividas, Fausto para Benita, Fausto de Azaba Postuero de Robledillo, era un delicado infante que había burlado a la muerte, gracias al ama de cría, gracias a Gudena, gracias a su calor y a la suerte, porque toda sucesión de acontecimientos que en un momento dado nos son favorables, es sólo eso, suerte.
El destino nos roba, pero con la mano izquierda nos da. Benita había tenido que asumir casi sin rechistar todo lo que la vida le había querido deparar. Los Postueros, no sólo eran tenderos, comerciantes de telas que traían de La Gran Capital, también tenían en el Puerto de Colindres, unos almacenes de repuestos para barcos pesqueros y un pequeño taller para calafatear, con doce empleados. También tenían tres naves, que dedicaban a la pesca de la sardina, al cangrejo, al sábalo, al jurel, todos sin adentrarse demasiado en el mar, pues con la riqueza del banco de las costas de San Pablo no había necesidad. Los Postueros tenían más capital que los Faustos, pero no se perdía estatus, era un matrimonio conveniente. Y Fausto de Azaba era hijo único y no iba a tener que repartir lo que tenían, con nadie. Mientras que Benita tenía dos hermanos, Martín y Venancio, este último era el que gestionaba desde el almacén del muelle, el patrimonio Postuero de Robledillo. Como veis nada en la acumulación de fortuna se dejaba al azar. Los cálculos y las cuentas se aplicaban también al amor
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