domingo, 14 de octubre de 2018
Andar y desandar caminos
Las mañanas son agrias tras las noches de obligada vigilia, noches donde los recuerdos andan y desandan caminos que son ya imposibles, los caminos del pudo ser. Llueve con un viento suave que estrella miles de gotas sobre los cristales, y ese llanto que rueda para perderse frente a mis ojos, hace más corto mi horizonte mientras escribo para no olvidar, como otra noche más me han martirizado los fantasmas de las heridas abiertas, los fantasmas de los sueños frustrados o incompletos.
Llueve con bruma mientras me dan calor mis fieles, esos que no saben de mis desvelos, pero siempre me velan, rozandome, buscado mi mano, buscando la proximidad de la manada que yo tengo con ellos y en la que soy su líder. Calor de perros para las noches frías sin sueño, para contar segundos, para andarlos y desandarlos, en las largas horas que marcan las campanadas del reloj de la torre.
¿Qué querrá de mí el insomnio? ¿En qué querrá que recapacite? ¿Qué querrá que enmiende?
Sabe amargo el café a pesar de las tres cucharadas de azúcar, sabe amargo mi paladar tras tanta zozobra y duda. Llueve y Tirma se hace en ocho sobre mis piernas y con su largo hocico busca mi mano, busca que desatienda contar los espectros que han desfilado por mi noche, busca que olvide, pues ya llegó el día y allí sólo están ellos, la bruma, la lluvia y vivir.
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