El deseo habita bajo la superficie, en el rojo torrente que ruboriza tu piel.
Zozobra la razón en los meandros de sangre, en los rápidos que fluyen por tu magra carne.
Cuerpos cálidos que se cimbrean voluptuosos, siestas de infierno.
A simple vista, a primera vista, de repente, colisionan astros, saltan chispas.
Fantasmas que nos encadenan sin nosotros querer.
Bruma de sal de horas altísimas, de olas de sed.
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