Temo mi prudencia, mi contención, la educada cárcel de mis modos, de mis modales.
Soy bravo mar embalsado, farallón que frena la indómita riada.
Todo me orisiona y mina, todo se multiplica en mi empeño de anular la escorrentía.
Soy martirio, tortura. Leo y releo el infierno de las frases, escudriño entre los renglones.
Todo hiere, todo lacera, hierros candentes que marcan mi piel, con las cicatrices del tropiezo, por el provocado traspié.
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