domingo, 29 de diciembre de 2019

Un abrigo y un vaso de vodka


El roce con demasiada frecuencia lastima, lacera, genera aversión. El odio esclaviza tanto o más que el amor.
No es nada fácil morderse la lengua sin autoenvenenarse. Callar y no tragar quina. Sufrir y no revelarse.
Amanecer a cada día nuevo era una victoria, era una proeza en aquella ciudad de fríos eternos, de nieve y charcos. Quedaban tan lejos los días fáciles, en los que nada más salir a la calle se estaba ganando dinero, días en los que la intemperie nada importaba, en los que el corazón bombeaba sangre caliente sin necesidad de un trago de alcohol.
Ahora, era necesario recorrer mil veces la avenida Yuri Gagarin, para pagar la pensión y los tragos de vodka.
Odiaba su vida, pero no podía cambiar, no tenía otra, era tarde, muy tarde. Odiaba el mundo, a los hombres, a todos y a cada uno de los que había complacido, a cada uno de los que la habían usado, de los que la habían ajado, hasta convertirla en la caricatura que era ahora. Estereotipo de puta, reconocible a distancia. Se la podía olfatear desde lejos, olfatear su abrigo de piel, sus perfumes baratos, sus afeites y el olor que la impregnaba desde dentro, el olor a vodka y a manoseo, el olor de las manos de los desarrapados como ella, de los que saciaban su hambre con aquel cuerpo que un día fue bellísimo, pero que hoy sólo era un remedo de aquella pérdida perfección.
De qué servía revelarse en las tabernas y en los portales, con los miserables como ella. Sólo quedaba sufrir y vagar por la avenida de su perdición, buscando un esquivo sustento, buscando un caro calor.
Un abrigo y un vaso de vodka eran su única posesión.

4 comentarios:

  1. Fascinantes tus relatos cortos, siempre ilustrados con unas fotografías hermosas y certeras. Gracias

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  2. Ángel que más te puedo decir , simplemente, hermoso ,bello y cruel como la vida ,que bien escribes jodio.

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