sábado, 11 de enero de 2020
Dimas Becerra Lemos-Martín
Dimas, nunca comprendió que las historias tienen un principio y un final, que alargar lo que ya no existe, es una batalla unipersonal, una coreografía sin partner. Una hastiante guerra que agota a propios y a extraños.
Elvira, nunca lo quiso, durante un tiempo cedió a sus pretensiones por aburrimiento, pero rápido constató que aquella cesión, era una condena que no estaba dispuesta a tolerar. Pero Dimas, jamás asumió aquella derrota, e hizo de recuperarla el leitmotiv de su cansina vida.
Quien no nos quiere querer, nunca nos querrá, era la frase que más tenía que aguantar, pero inaccesible al desaliento, en pesado de Dimas, seguía erre que erre, a ver si podía a Elvira, recuperar.
Con tanta matraca, lo fue perdiendo todo, amigos y vínculos familiares, hasta su más incondicional afecto, su madre, le dijo, que a su casa no volviera hasta que se quitara esa fijación de la cabeza.
Se quedó solo, pero con el norte de Elvira, que era su faro y la razón para vivir día tras día.
Elvira, hizo su vida, se casó, tuvo hijos, fue feliz, fue infeliz, vivio. Dimas, nunca se fijó en nadie más, no se casó, no tuvo hijos y nunca fue feliz, porque nunca alcanzó la meta de tener o conseguir a Elvira, que se había olvidado de él.
Un día de primavera, llegó una carta a casa de Elvira, una misiva de un abogado, que le comunicaba que había muerto Dimas y que ella era su heredera universal, que las últimas voluntades de Don Dimas Becerra Lemos-Martín, se leerían, en su pueblo natal, el pueblo del que nunca se movió, en una semana, y que debería estar presente para la aceptación de la herencia.
Elvira, a pesar de su avanzada edad, por curiosidad, por interés, decidió ir a la lectura de aquel testamento que le legaba la fortuna de aquel pesado novio, que ella tuvo una vez.
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