martes, 11 de febrero de 2020
Un jabalí desenterró su cadáver
El camino de la felicidad, no es el camino del éxito. Perseguir el éxito, entraña muchos tormentos, perseguir ser feliz, no. Pero siempre hay que guardarse del envidioso, que sentirá celos hasta de tu adversidad, porque cuando se nace con el tallo alto, siempre se será una amapola, que muchos desearán cortar.
Benito, salió a dar un paseo y nunca volvió. El derecho a la vida es inviolable; pero alguien, por envidia, ese derecho no lo respetó.
Cinco años estuvieron buscándolo, cinco años sin frutos. Con perros, con mil vecinos, que no dieron con su paradero. Hasta que tras cinco baldíos años, un jabalí desenterró su cadáver, sus huesos; que dejaron claro que él, no se marchó, que fue un tiro en la frente, descerrajado a corta distancia, el que segó su vida y acabó con su sobre exposición.
Padecer la tara del talento, del talento criticado; de la valía, que aflora sin esfuerzo y hace brillar a quien la posee, le hacía ser un gigante, que padecía la envidia atroz del enano. Tara que le convertía, en un solitario osado que despuntaba, en diana sobre la que lanzar mil dardos.
Benito, vivía en la calle, nada tenía, nada poseía, sólo era un pobre brillante, un denostado por ser sobresaliente, un marginal, marginado por poseer talento.
Lo enterraron en un zarzal, en la maleza, humillaron su cuerpo con mil golpes, y lo remataron con plomo para anular su portentosa mente. Nunca se supo quien fue, seguro que fueron varios, porque la envidia es coral, es oleaje de zafios.
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