No soporto el peso, de la plumbea nada.
La mano ausente que me provoca tanta infelicidad.
No soporto el azul, de tu perfidia.
La mano amiga y ausente que me produce inseguridad.
No soporto las horas de encierro, con la algarabía del intrascendente.
Ahogo el llanto, con las palabras iracundas, que desfilan marciales a la estéril guerra.
Necesidad, palabra desterrada, porque ya no sé amar.
En mis manos ya no habita la piedad.
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