Su preferido era, el infierno de lo
cotidiano, el infierno de los modales, de las frases convenientes empapadas de veneno y hiel.
Él, sabía lo que era agonizar entre cuatro paredes, rodeado de los que dicen quererte y que lo hacen todo por tu bien.
Su lugar preferido era el enorme ventanal y la luna de su espejo, era como estar fuera sin haber salido aún de aquella crisálida de martirios, en la que entró como bella mariposa y saldría como un amputado y estandarizado engendro.
El ventanal del vértigo invitaba a volar, pero el mundo nunca cambia, si uno se va.
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