El Dorado, era un club a las afueras de Baltimore, junto al río Patapsco. Todas las zorras de la Ciudad de la Casa Grande, terminaban las noches allí.
El Dorado de Baile an Ti Mhóir, como realmente se llamaba aquel antro nada postinero, se nutria del trasiego de aquella bulliciosa urbe y sus aledaños, que hacía posible la existencia de aquel recóndito establecimiento, conocido sólo por los iniciados en los discretos ambientes de la noche. Era el antro por excelencia de la doble vida, de la vida oculta, de los amores de sombra, del amor proscrito, del amor maldito entre iguales.
Llegar a El Dorado, no era fácil, no debía ser fácil, porque toda precaución era poca para cuidar la reputación y la discreción de los clientes. Toda cautela era poca, pero aquella calurosa noche todo se confabulo. En los periódicos del día siguiente sólo aparecía que había ardido una casa de campo, se relataba que habían muerto diez hombre que estaban en una cena de trabajo. Del listado de bajas se habían retirado al menos cinco nombre, para no generar suspicacias sobre que hacían en aquel lugar, en aquella extraña reunión.
Y para terminar, el circulo de salvaguardar a algunos ilustre del ambiente, se cerraba con la noticias de portada de los diarios del día siguiente, las rotativas despertaban a Baltimore con otra desgracia; un choque frontal entre dos vehículos que se saldaba con cinco victimas que morían calcinadas tras incendiarse los dos autos implicados en la colisión.
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