Tengo la mano sobre el suave lomo de mi gato, me reconforta su dorada felinidad.
Mañanas de frío, donde el calor te lo proporciona el próximo.
Me rodea la menguada tropa de mis afectos, su insistente interés por algún agasajo.
Amores cálidos que cuestan muy barato, que poco piden y mucho me dan.
Despertar de apagados trinos y nieblas a lo lejos.
Muere el año, el año del encierro, de las distancias, del miedo.
Muere con la sensación de que somos frágiles llamas amenazadas por la marea de zánganos, por la falta de pericia de los capitanes que no supieron preservarnos de las infectas corrientes, del viento de escarcha, que lleno de cruces de un día para otro el Camposanto.
Adiós al infierno, que en esta mañana de gélido invierno, descorre el telón del año nuevo e incierto.
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