con mi palma abierta
su pecho,
busco
el martirio
de su corazón,
busco
sentir su galope
y sincronizar
mi pecho
en unísono trote.
Mi palma
busca
acariciar
el corcel
desbocado
encerrado
en la cárcel
de su pecho,
el corcel
que brama
al unísono,
que galopa
ya hermanado
al mío.
Es mi mano,
el auriga,
de los dos corceles.
Es mi palma
la que mece
la partitura
de una música
tan sacra.
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