devora memorias,
esparce olvido.
Son sólo las obras
diseminadas por nuestra existencia
las que sobreviven algo más.
Loco empeño
es querer preservar
de la carcoma los legados,
de la frágil memoria de los afectos,
que con presteza
se recomponen de nuestra ausencia
y rinden jactanciosa cuenta
de nuestros pequeños tesoros.
Se pierde el camino,
se desdibuja
el lomo de la tierra
que nos cubre
y una vez enrasado
el terreno,
ya para nadie existimos,
ni las letras sobre el mármol,
fijan eternamente nuestro nombre,
ni los dígitos
de nuestro corriente óbito.
Partimos de este mundo
para desaparecer,
para ser sólo
grano de arena sin nombre
en la enorme playa
del olvido.
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