el viento orea la ropa blanca,
las sábanas blancas de ni desdicha,
amores imaginarios de mi alcoba.
Amenazan las tormentas las flores del almendro,
el zumbido laborioso se la infatigable abeja,
soy yo un trapo blanco que ondea en el aire,
un espectro casi transparente que ya se rinde.
La Parca siega hierba bajo mis pies, trunca primaveras,
esparce congoja por los prados
y me recuerda grano a grano la malgastada arena.
Ha vuelto a cigüeña al mástil desarbolado de la centenaria palmera.
A la sombra de las plomizas nubes,
mi mano enreda con el cabello ensortijado
de los Apolos imaginados, que mi lecho pueblan.
Se marchita el laurel de las gesta
y se arquea rendido el torso bravo,
vencido por el peso de tantos días, de tanta arena.
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