que la niebla no es almíbar,
que el liquen
no es terciopelo,
que la humedad y su roció,
son sólo destellos
de pequeños brillantes,
que como un pavé
de pequeños diamantes,
hace centellear toda la pradera.
Nada se puede reprochar
a la niebla
que desdibuja el paisaje
y convierte en esmeraldas
las hojas perennes.
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