Dios todo lo perdona y el hombre perdona tan poco.
El mal no sabe leer designios, menos aun comprende y abarca la complejidad del aparente capricho.
El mal merodea abonando afrentas y rencores y regando con sal el jardín de las proferidas llagas.
Es la bestia que habita en nuestro corazón la que ajena a los designios divinos monta en cólera, no asumiendo que Dios decide a veces llamar a su lado a quien con extrema locura queremos.
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