No siente malestar la mano que provoca malas acciones.
Somos nosotros los que con nuestra ética sentimos ese malestar.
Duerme tranquilo el despiadado.
Y no se cobra el destino su crueldad.
Por eso no quiero ser indolente.
Quiero ser mano justa que repare la afrenta.
Que cobre gustosa, cuando llegue el momento, el daño del malhechor.
Quiero ser mano que con caricias restañe heridas.
Quiero ser mano fiera, que infrinja serena a quien a hierro hiere, el mismo dolor.
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