El que domine el bando del hambre ganará la guerra.
El que tenga de su parte al grupo ingente.
A la marea apuñalada por la penuria.
A la marea pastoreada por la promesa.
Ese y solo ese ganará la guerra.
Y luego olvidará que prometió migajas.
Y se asentará en el trono como el rey de ayer.
Con la misma corte y fanfarria.
Con los mismos vicios y maneras.
Cordeles que apresan conciencias y hacen del sediento vulgo una marioneta.
Ganará la guerra el que más prometa, el que más azuce entre bandos la inquina.
Es la democracia el mejor sistema, solo porque de todos ellos no es el peor.
Sumido en el reino de las medias verdades, el pueblo ira por el cauce que el arengador dictamine.
Pero de este grandilocuente circo de prestidigitadores y voceros pocos disfrutan.
Porque son pocos los que fuera de la riada están, protegidos por el ermitaño amparo de la soledad de la cumbre.
Y a esos, a los visionarias solo se les hace caso a toro pasado, a guerra vivida, a descalabro sufrido.
No ser corriente, es nadar contra corriente, contra el reproche constante, y no llegar al valle si no remontar a la fuente de cumbre donde todo nace y otear el estropicio de los baladrones y sus melosas frases, y el embaucador cortejo de sus palabras de próximo, con las que se acerca al rebaño a esquilar la lana, y a chalanear con las fieras, eligiendo a coro, a las victimas propicias de la fratricida contienda.
Ese es el circo del mundo y los contubernios de los falsos pastores.
Todo esta coreografiado en los movimientos y estratagemas del pescador de votos.
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