Llueve sobre las rosas de la calle.
Sobre las rosas que se guarecen bajo los aleros.
Es inclemente la intemperie para el noble y sensible.
Para el que un día tuvo séquito y familia.
Sin lazos y sin techo perdido hoy en las calles de anonimato y prisa.
Durmiendo entre cartones, en los zaguanes del lujo, en las esquinas con menos corriente.
O arropado bajo mil capas, como crisálida que espera ser mariposa en el nuevo día y olvidar la tragedia de arrastrado gusano.
En un banco de un parque sin que a nadie le importe, apestados de un sistema al que te rindes y eres cordial engranaje o eres victima rendida que se cobija bajo los árboles.
La caridad mancha y nosotros indolentes primeras filas que poco nos manchamos.
Depositamos nuestras dádivas en bandejas de plata, sobre netas y nobles maderas en las cuestaciones de la farsa.
La caridad exige arremangarse y coger faena, no parchear el problema y aplacar la conciencia, para que no nos de ruido hoy, para que nuestro sueño no se desvele, para ganarnos el hipócrita cielo de la primera fila, del cálido visón, de la noche reparadora en nuestro caliente hogar.
La caridad es dar al igual, lo que por igual merece, legitima parte del confort de un mundo que nos lego nuestro Padre Dios.
Hagamos una fiesta para recibir al prodigo, que ha estado perdido y merece tener techo y calor.
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