Miramos con extrañeza el fuego eterno.
Nos sorprendemos cuando ardemos en él.
Somos nosotros los que a lo largo de nuestra vida acumulamos la leña.
Somos nosotros los que atizamos el fuego.
Brasas de desaciertos.
Tizones candentes de injusticias.
Recogemos el fuego que sembramos.
Recogemos los pagos que esparcimos.
Eternidad sembrada en nuestro ahora.
Cobramos con las mismas envenenadas monedas con las que pagamos.
Tras la vejez heladora, llegan las llamas eternas.
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