domingo, 2 de junio de 2019

La Rezantera, el Jabalí Cabreao y Jonás


Como pesan los ancestros en el mundo rural, como pesan las rencillas asentadas, rancias. Pesan tanto como los motes que te colocan nada más tropezar por primera vez.
Es muy angosto el ingenio es estos cortos y mediocres secarrales de caridad. Corroblas prestas a tildar y entre ellas en las ausencias tildarse. Risas a las espaldas, risas y crueles mofas cuando no estás presente. Lenguas viperinas que encuentran regocijo en calumniar.
Matilde Sarmiento, apodada desde muy niña como La Rezantera, si por algo despuntó en su vida, fue por ser un poco bobalicona y mística. El sambenito del mote le cayó pronto, pues se significaba Matilde, por un fervor desmedido a la Virgen de Altagracia, fervor exacerbado en el mes de mayo, y explicitado en las largas caminatas diarias hasta la ermita en ese mariano mes.
La Rezantera, tras ser tildada de este modo, se abandonó a ese destino trazado desde las maledicentes lenguas de las despelleja corderos, cuatro arpías tiznadas, que para tapar sus tachas, aventaban trapos sucios en la puerta del evangelio de la Iglesia de San Blas. Matilde enseguida fue considerada propicia intercesora ante María, ante el Altísimo y ante todos los Santos. Requiriendo su presencia de modo remunerado; en los velorios, en los funerales, y en las misas de gracia e intercesión. Realmente fue tal su fama, que fue llevada con este fin a velorios y a lechos de muerte en la capital.
Queda explicitada la capacidad que tiene la burla para trazar destinos, para abocar a los ingenuos a seguir un camino. Es difícil e infructuoso desprenderse en estos pequeños infiernos de los apelativos crueles. Aunque siempre se dan los casos como el de La Rezantera, que trazó y abrazo de tal modo su mote, que terminó rezando y pidiendo por la salvación del alma de las cuatro crueles maledicentes chismosas, que con burlas la bautizaron en la Plaza de Tonel, con el único fin cruel, de convertir a la niña en objeto de chanza.
Matilde nunca se casó, su candidez no daba para eso, pero si quedo en cinta y tuvo un hijo, un hijo bastardo, pero esa conducta en el pueblo, nadie se la afeo, más bien fue entendida como fruto de su ingenuidad y de su bobalicón carácter. Y sobre todo fue entendido porque el aura que se creó en torno a su capacidad intercesora impedía criticarla y forzaba a entender este desliz como designio divino y no como pecaminoso accidente.
El hijo de La Rezantera, no salió a ella, salió al desalmado que la forzó, apostillando aún más su imagen de desvalida y frágil, que no lo había concebido por fornicio, sino por modos violentos, modos que ella sólo denunció en confesión a Don Rafael.
Ismaelito pronto heredó el sobrenombre de su padre, el hijo del Jabalí Cabreao. Era igualito que él y tenía el mismo endemoniado carácter.
El Luengo, Don Jonás Luengo de Zárate, desde que Matilde se convirtió en La Rezantera, se erigió en su protector, en el valedor de la desvalida niña de los prodigios, valedor de la niña que con sus rosarios obraba sanaciones. Jonás también la amparo de la maledicencia cuando se preño y la recogió en su casa, en el vetusto caserón de la Calle Real. Los Luengo de Zárate eran pesos pesados en el pequeño cosmos de Ruanes, suyas eran las primeras filas y eran un linaje sin motes. Nadie osaría chancearse de El Luengo, dueño y señor de medio pueblo.


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