Cuando las palabras se hacen blandas, frágiles, quebradizas, cuando nada abarcan y si algo abarcan es con supina laxitud.
Presos de la hipocresía y de lo políticamente correcto, lanzamos al aire mensajes evanescentes, frases ridiculas, cursis, pusilánimes, relamidas por el miedo a ofender.
La verdad ofende y ofende mucho al retratado, al que siente el dardo del verbo claro en la diana de su defecto.
Vivimos tiempos de sectaria tolerancia, de intolerantes enharinados de respeto, que sólo propinan respeto al igual, al que se solapa con ellos en discurso y pensamiento.
Tiempos de pensamiento único, radiado, televisado, escrito con grandes caracteres en los libelos del régimen.
Tiempos es los que disentir enquista, aisla, encarcela en círculos de baladrones aleccionados desde pequeñitos en la doctrina única, en la historia purgada. Iletrados que sólo leen las páginas impares.
Sobrevive el que ondea la verdad con el miedo que produce llevar en las manos el espejo que los retrata, sin ambages, sin fisuras, con una claridad meridiana que a ellos espanta. Sobrevive entre empellones, entre exabruptos si osa abrir la boca y decir la palabra correcta, no la palabra lamida, la correcta, la certera y acertada, que es canto cortante que lacera su sectaria mediocridad.
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