martes, 7 de enero de 2020

Pruebas falsas


Tristemente es muy fácil mentir, confabularse y acusar en vano, orquestar pruebas falsas, difamar.
Enrique, no era de temperamento violento, era de carácter sosegado, y si de algo pecaba, era de ser un poco parado, bobalicón. Jamás había levantado la mano a nadie, aunque si se la habían levantado a él.
Con excesiva frecuencia el inocente carga con la culpa de las artimañas del baladrón.
Enrique, era el favorito de su tío Julián, era su predilecto, porque en él, no había doblez, como si la había en sus otros tres sobrinos. Julián, sabía que el afecto del muchacho era noble, por eso había tomado la decisión de variar su testamento y nombrarlo heredero universal.
Enrique, era el único que tenía la mirada de Graciela, la mirada de la madre de Julián. Eso y su bonhomía, le hacían el candidato ideal, para dejar a su cargo el legado, y ponerse en sus manos en la vejez. Era el único, de los cuatro hermanos, que no salía a la arpía de su madre y a su desmedida ambición.
Julián, sabía muy bien lo manipuladora que era su cuñada. Él, fue blanco de sus intereses, de sus estrategias, lo que ocurre es que no sucumbio a sus tretas, a sus encantos, por eso la calculadora Sara, varió su objetivo y se centró en su hermano Ismael.
Ni tiempo tuvo Julián, de ir al notario, tres días más tarde de haberse propuesto esa modificación en sus últimas voluntades, apareció muerto en su casa de la calle Víctor Berjano.
A pesar de que no tenía lógica, que el asesino fuera Enrique, fue él, el detenido, el señalado, el acusado, el encarcelado.
Fueron sus tres hermanos y su madre, los que lo señalaron, los que testificaron para culparlo.
Fueron ellos, los que por envidias, urdieron todo y no movieron un dedo para deshacer la patraña, que les hacía heredar a todos, menos a él, que pararía muchos años en la cárcel.
La cárcel, fue muy dura, la traición de su propia madre y el juego vomitivo que ella había urdido, lo estaba haciendo todo por el bien de sus tres hijos, los favoritos, era algo que él, no iba nunca a perdonar.
Trece años, llevaba en la cárcel, cuando le comunicaron que su madre había muerto y que en una nota ológrafa, se hacía responsable del asesinato del hermano de su marido, y que se justificaba en la carta, diciendo que discutió con él, porque iba a agraviar a tres de sus hijos y que no lo podía tolerar. Todo lo demás fue sacrificar al más débil, acotar daños, salvar a sus otros tres hijos, salvar la ambición de los tres vástagos cómplices, que eran un calco de la arpía de su madre, que eran como ella en carácter y mañas.
Enrique, tras esto, no salió inmediatamente de la cárcel, sus queridos hermanos pleitearon, porque decían que la nota con las últimas voluntades de su madre no era auténtica, tres años más tardó en resolverse el asunto, tres años de agónica espera, dieciséis años sin libertad por algo que no había cometido. Pero el finde este suplicio llegó, el supremo falló a su favor y se reconoció que la carta escrita en el lecho de muerte de Sara Vergara, y enviada por correo al juez que llevó el caso de la condena de Enrique, era auténtica y veraz y describía unos hechos, que sí tenían un movíl, no como la acusación a un heredero universal, que al matar al que le iba a favorecer, se quedaba sin legado y en la cárcel.
Volver al cainita lugar de su infancia, no fue nada fácil, la cárcel te curte, pero no te prepara para afrontar la vuelta a la libertad, el volver a ver a los que llevan tu sangre, a los que te giran la cabeza, a tus hermanos, esos que habían construido su posición sobre el robo, sobre el asesinato.  Volver al pueblo, que aun conociendo la verdad de los hechos, te seguía dando la espalda.
La bonhomía de Enrique, se había esfumado, se había vuelto huraño, suspicaz, receloso. El tiempo lo había atropellado, demacrado, encanecido. Su barba blanca y su delgadez le conferían un aire de profeta, de apocalíptico profeta, que buscaba hacer sonar las trompetas del juicio final.
El reconocimiento de la autenticidad de la nota de su madre, reconocía de forma implícita la voluntad de su tío, el deseo de este, de declararle heredero universal, y como había sido Sara, la que había truncado materializar esa última voluntad. con esta base argumental, Enrique, emprendió acciones legales para recuperar todo lo que era suyo, no sólo la cuarta parte, de la que al salir de la cárcel había tomado posesión.

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