Nadie me mira como tú, le dijo Israel a Bernardo, mientras él, le miraba de idéntico modo.
La reciprocidad existe y aquellos dos tiernos adolescentes, que se iniciaban en las lides del amar, eran la viva prueba del embeleso del cándido y puro amor.
Ay, el amor adolescente… Personalmente recuerdo el modo volcánico cómo se vivían aquellos primeros amores, con una transcendencia existencial que en la psique descreída de mi adulto actual resulta inconcebible. A veces daría lo que fuese, por recuperar aquella ingenuidad sentimental y poder revivir semejante pureza de emotividad fatal, que te arrastraba a sentir una desesperación inconmensurable si no eras correspondido; o bien al contrario, que te generaba una eclosión de ñoñez primaveral embriagadora, cuando los púberes cuerpos se descubrían mutuamente, rozándose igual que dos continentes a punto de ensamblarse en uno solo, temblando así la vida de autenticidad y de sentido, por muy pánfilos que fuesen nuestros intensísimos corazones. Ahora en cambio… el vello ya ni se eriza con los manidos rollos veraniegos, porque el único estío verdadero -el de aquel amor crucial-, lleva años enterrado bajo capas y capas de frialdad sintética, de hombre-muñeco articulado, en su caja de vivir rutinas. Ciego... de alma.
Lo vivido siempre pesa, pero a pesar del peso y la tendencia a referenciar, continuamos vivos, y aunque de distinto modo, uno tiene que vivir y sentir, y no dejarse atenazar por la ñoñez y el ridiculo, porque estas son percecciones más externas, que internas. Vivir y amar es una abrupta cima con sus dos vertientes, la de solana y la de umbría, ambas son cara y cruz de una misma cúspide, y vivir es soportarlas ambas. Tus preciosas palabras, retratan añoranza, un imposible retorno, y unos sentimientos, que por primigenios, son imposibles de transportar al hoy curtido de nuestro presente. Pero eso no quiere decir que en el presente, no esté esperándonos con los brazos abiertos, un nuevo amor crucial. Las rutinas nos salvan, pero también embalsan en el pantano del comedimiento, nuestra otoñal primavera, esa primavera que despierta cuando nos sentimos pánfilos y esquivando el comedimiento, no nos importa mostrar que la floración resquebraja la plástica frialdad sintética de nuestra autonegación. No se consigue la plaza que no se asedia, no se gana la batalla que no se da, no hay erupción si uno se niega ser volcan. Todo en su tiempo, todo con su furia, todo en su contexto y sin obsesionarse en referenciar. Si el alma se queda ciega, el alma aprende a leer a través del tacto, el alma no se esfuma hasta que el corazón deja de latir.
Me encanta tu forma de reconquistar mis palabras Ángel. Gracias por tu minucioso punto de vista. A ver si me enamoro de una vez y se producen seísmos de 7 u 8 grados jajaja, que si no llevan implícito un buen cataclismo no me interesan los temblores.
Ay, el amor adolescente… Personalmente recuerdo el modo volcánico cómo se vivían aquellos primeros amores, con una transcendencia existencial que en la psique descreída de mi adulto actual resulta inconcebible. A veces daría lo que fuese, por recuperar aquella ingenuidad sentimental y poder revivir semejante pureza de emotividad fatal, que te arrastraba a sentir una desesperación inconmensurable si no eras correspondido; o bien al contrario, que te generaba una eclosión de ñoñez primaveral embriagadora, cuando los púberes cuerpos se descubrían mutuamente, rozándose igual que dos continentes a punto de ensamblarse en uno solo, temblando así la vida de autenticidad y de sentido, por muy pánfilos que fuesen nuestros intensísimos corazones. Ahora en cambio… el vello ya ni se eriza con los manidos rollos veraniegos, porque el único estío verdadero -el de aquel amor crucial-, lleva años enterrado bajo capas y capas de frialdad sintética, de hombre-muñeco articulado, en su caja de vivir rutinas. Ciego... de alma.
ResponderEliminarLo vivido siempre pesa, pero a pesar del peso y la tendencia a referenciar, continuamos vivos, y aunque de distinto modo, uno tiene que vivir y sentir, y no dejarse atenazar por la ñoñez y el ridiculo, porque estas son percecciones más externas, que internas. Vivir y amar es una abrupta cima con sus dos vertientes, la de solana y la de umbría, ambas son cara y cruz de una misma cúspide, y vivir es soportarlas ambas. Tus preciosas palabras, retratan añoranza, un imposible retorno, y unos sentimientos, que por primigenios, son imposibles de transportar al hoy curtido de nuestro presente. Pero eso no quiere decir que en el presente, no esté esperándonos con los brazos abiertos, un nuevo amor crucial. Las rutinas nos salvan, pero también embalsan en el pantano del comedimiento, nuestra otoñal primavera, esa primavera que despierta cuando nos sentimos pánfilos y esquivando el comedimiento, no nos importa mostrar que la floración resquebraja la plástica frialdad sintética de nuestra autonegación. No se consigue la plaza que no se asedia, no se gana la batalla que no se da, no hay erupción si uno se niega ser volcan. Todo en su tiempo, todo con su furia, todo en su contexto y sin obsesionarse en referenciar. Si el alma se queda ciega, el alma aprende a leer a través del tacto, el alma no se esfuma hasta que el corazón deja de latir.
ResponderEliminarMe encanta tu forma de reconquistar mis palabras Ángel. Gracias por tu minucioso punto de vista. A ver si me enamoro de una vez y se producen seísmos de 7 u 8 grados jajaja, que si no llevan implícito un buen cataclismo no me interesan los temblores.
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