Encierro de brisa.
Brisa de relámpago.
Lloroso horizonte de indómita maleza.
Otra tarde funesta en la rutina de mis días.
Trinos y trinos, atronadores trinos de voraces gorriones.
Dardos furtivos que diezman los platos de mis saciados canes.
¿A quién le importa el fruto de mis manos?
Acaricio mis yemas en el suave lomo del felino que en mi regazo dormita.
Todo es poco, nada es suficiente.
Lleno paredes con el ansia del que sabe que llega el invierno.
Cálido barroco, barroco protector que anula el blanco.
Blanco en las sienes del que ve, que todos los hijos para vencer el olvido son pocos.
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